Thursday, July 31, 2008

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI

Lunes 7 de noviembre de 2005

Querido obispo Hanson; queridos amigos luteranos: Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, representantes de la Federación luterana mundial con ocasión de vuestra visita oficial a Roma. Recuerdo con gratitud la presencia de vuestra delegación tanto en el funeral del Papa Juan Pablo II como en la solemne inauguración de mi ministerio como Obispo de Roma.
Desde hace muchos años la Iglesia católica y la Federación luterana mundial mantienen estrechos contactos y participan en un intenso diálogo ecuménico. Este intercambio de ideas ha sido muy fructífero y prometedor. En efecto, uno de los resultados de este fecundo diálogo es la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, que constituye una notable piedra miliar en nuestro camino común hacia la plena unidad visible. Es un logro importante. Para construir partiendo de él, debemos aceptar que persisten diferencias con respecto a la cuestión central de la justificación; es necesario afrontarlas juntos del modo en que la gracia de Dios se comunica en la Iglesia y a través de ella.
Como afirmé durante mi reciente visita a Colonia, espero que en el futuro el progreso de nuestro diálogo sobre estas cuestiones no sólo se sitúe en un contexto de cuestiones "institucionales", sino que también tenga en cuenta la verdadera fuente de todo ministerio en la Iglesia. En efecto, la Iglesia tiene la misión de testimoniar la verdad de Jesucristo, Palabra encarnada. Palabra y testimonio van juntos: la Palabra requiere y da forma al testimonio; la autenticidad del testimonio deriva de la fidelidad total a la Palabra, como se expresó y vivió en la comunidad apostólica de fe bajo la guía del Espíritu Santo.
La Comisión internacional luterano-católica para la unidad concluirá pronto su cuarta fase de diálogo y publicará sus resultados en un documento sobre la apostolicidad de la Iglesia. Todos somos conscientes de que nuestro diálogo fraterno no sólo necesita afrontar la verificación de la acogida de estas formulaciones de la doctrina que comparten nuestras respectivas comunidades; sino también un clima cada vez más generalizado de incertidumbre en relación con verdades cristianas y principios éticos que antes eran indiscutibles. En ciertos casos, este patrimonio común está minado por nuevos enfoques hermenéuticos.
Nuestro camino ecuménico común seguirá encontrando dificultades, y requerirá un diálogo paciente. Sin embargo, me alienta la sólida tradición de estudios serios e intercambios que han caracterizado las relaciones entre luteranos y católicos a lo largo de los años. Nos estimula el hecho de que nuestra búsqueda de la unidad está guiada por la presencia del Señor resucitado y por el poder inagotable de su Espíritu, "que sopla donde quiere" (Jn 3, 8).
Mientras nos preparamos para celebrar el V centenario de los acontecimientos de 1517, deberíamos intensificar nuestros esfuerzos para comprender más profundamente lo que tenemos en común y lo que nos divide, así como los dones que podemos ofrecernos unos a otros.
Perseverando en este camino, oramos para que el rostro de Cristo brille cada vez con más claridad en sus discípulos, de modo que todos sean uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17, 21).
Demos gracias a Dios por todo lo que se ha logrado hasta ahora en las relaciones entre luteranos y católicos, y oremos para que caminemos juntos hacia la unidad que el Señor quiere.

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